
ANGEL MEDINA LINARES y PEDRO ANDRADES
Fueron muchos los vecinos de Setenil que se lanzaron a una huída desesperada tras la entrada de las tropas golpistas de Franco en nuestro pueblo el 18 de septiembre de 1936. No eran soldados derrotados en ninguna batalla de dos ejércitos. Eran jornaleros, militantes de partidos políticos y sindicatos de izquierda, o simplemente familiares de quienes se habían mantenido fieles al Gobierno democrático de la II República. Para recordar este cruel episodio histórico, medio millar de personas han recorrido este sábado los caminos de la «Huía»de Setenil de las Bodegas, Alcalá del Valle, Arriate, Teba y Cañete la Real hasta Cuevas del Becerro, donde uno de sus vecinos, Salvador Becerra (94 años), recordó la tortuosa fuga hacía Málaga, que tuvo su continuación en febrero de 1937 con «La Desbandá», el que muchos consideran el Guernica andaluz. También estuvieron muchos setenileños en ese dramático camino de Málaga a Almería, en el que la población civil fue bombardeada en su huída por mar y aire.
La marcha desde nuestro pueblo se inició en El Higuerón con un minuto de silencio en recuerdo de Ana López «la Chupa», recientemente fallecida, y recorrió unos 15 kilómetros por los senderos de Aguilera y El Rancho hasta Zaharilla y, finalmente, el casco urbano de la Cueva, donde confluyeron unas 500 personas procedentes de los distintos itinerarios. A continuación, os mostramos fotos de la marcha y del acto, pero, sobre todo, hacemos otro recorrido, el histórico, para recordar lo que pasó en aquellos oscuros años.












Historia de la Huía en Setenil
Tras el verano del 36, la serranía de Ronda era un objetivo clave para avanzar hacia Málaga, controlar la línea de ferrocarril Granada-Bobadilla-Ronda-Algeciras y el transporte de las tropas que desembarcaban en la costa gaditana. El Estado Mayor del Ejército de Operaciones del Sur de los sublevados lanzó una ofensiva y en apenas 48 horas tomó Grazalema, Cañete, Cuevas del Becerro y Ronda, donde los bombardeos provocaron el pánico en las fuerzas republicanas, que en su mayoría huyeron por la carretera de San Pedro de Alcántara: murieron 61 defensores muertos y tan solo hubo tres heridos en las filas sublevadas.
Quedaban aislados Setenil, Alcalá del Valle y El Gastor, donde no había efectivos militares. Un nuevo destacamento dirigido por el coronel Juan Herrera Malaguilla, con soldados del Regimiento de Infantería n.º 33 y 75 de Cádiz, dos baterías de artillería, un grupo de Fuerzas Regulares llegadas desde Algeciras y un importante número de Guardias Civiles y milicianos falangistas tomaban sin resistencia El Gastor en la tarde del 17 de septiembre y, un día después, Setenil y Alcalá del Valle. Según describe la orden de operaciones, la columna sublevada partió de Olvera a las 6:00 horas del 18 de septiembre rumbo a Setenil y Alcalá del Valle. Una vez llegados al Arroyo de Alcalá, la artillería y gran parte de las unidades de infantería acamparon mientras que las Fuerzas de Regulares se dirigieron a Alcalá del Valle. El municipio fue ocupado sin resistencia alguna, la mitad de los asaltantes quedaron destinados como guarnición provisional y el resto volvió con el grueso de la columna.
A primera hora de la tarde, las Fuerzas de Regulares y un destacado grupo de milicianos falangistas y Guardias Civiles se dirigieron hacia Setenil. Los soldados llegaron al pueblo al ritmo de los tambores por Las Cabrerizas, y en su paso por las calles del pueblo se encontraron a varios vecinos que lo recibieron con aplausos y vítores. Una vez llegados a la plaza, los soldados unidos a los miembros de la Falange Local que los acompañaron desde Olvera, ocuparon el Ayuntamiento, la cárcel municipal y el Cuartel de la Guardia Civil situados a escasos 100 metros y cuyas dependencias se encontraban vaciadas por completo. No había rastro alguno de los milicianos izquierdistas que en su mayoría habían huido por el temor a las represalias tras la caída de Ronda.
Los historiadores calculan que fueron al menos unos 3.000 vecinos de esta comarca los que escaparon entre julio y septiembre. Había familias familias enteras que abandonaron sus casas con las pocas pertenencias reunidas. También jóvenes que se unieron a unidades del ejército republicano dejando atrás a sus familiares con la esperanza de volver. Tomaron diferentes caminos en busca de la retaguardia republicana o incluso el exilio en el extranjero. El primer destino fueron pueblos próximos, como El Burgo, un punto clave en esta primera fase, donde muchos huidos encontraron trabajo ocasional o decidieron unirse a grupos de milicianos y unidades del ejército republicano. Otros continuaron su camino hasta Málaga, donde encontraron asistencia gracias a los organismos de auxilio establecidos por el gobierno republicano y los comités locales. Los hombres, campesinos en su mayoría, trabajaron en huertas y zonas de cultivo o en tareas de construcción de defensas costeras. Las mujeres ejercieron una variedad de tareas que iban desde el cuidado de familia, el trabajo en talleres y sanatorios hasta el alistamiento en grupos de milicianas y trabajos de propaganda.
Los que se quedaron, muchos de ellos campesinos, votantes de partidos republicanos y obreros o simplemente familiares de los mal llamados “rojos” huidos, fueron los primeros en ser testigos de la violencia y represión sublevada. La mínima relación con las organizaciones republicana y sus partidarios provocó el encarcelamiento y asesinato de decenas de personas, cuyos cuerpos acabaron en fosas comunes en las cercanías de los cementerios o parajes de la geografía comarcal. En lo que respecta a las mujeres, estas fueron encarceladas, vejadas, rapadas y obligadas a beber aceite de ricino, y fueron paseadas por el pueblo ante los insultos y aplausos de los “victoriosos” golpistas. No hubo combate entre ejércitos, sino represión hacia unos vecinos que eran conducidos de manera impune a la tapia del cementerio.
Todo este proceso se prolongó hasta principios de 1937. Para este momento muchas familias habían decidido volver a sus hogares o habían puesto rumbo a la costa valenciana, Cataluña o el norte de África. Aquellos que decidieron quedarse tuvieron que tomar una complicada decisión entre 3 y el 8 de febrero, días en los que lugar la ofensiva golpista y la caída de Málaga. El destino de los que quedaron atrapados en la ciudad fueron los calabozos o al cementerio de San Rafael, donde fueron fusilados. En esta fosa común, la mayor en Europa, hay 2.900 cuerpos.
Los que lograron regresar a sus pueblos, vieron como sus casas habían sido saqueadas, para seguidamente ser obligados a comparecer ante las nuevas autoridades locales. Tras su declaración, centenares de hombres y mujeres fueron detenidos y trasladados a prisiones de los municipios cabezas de los partidos judiciales o las grandes ciudades de la provincia de Cádiz y Málaga. Aquí serían procesados por tribunales militares sublevados, quienes dictarían condenas de prisión o penas de muerte, ejecutadas en las tapias de los cementerios de Jerez de la Frontera, Cádiz, el Puerto de Santa Maria, Ronda, Málaga o incluso en los propios pueblos de origen.
Las familias que decidieron huir de Málaga hacia zonas bajo control republicano fueron en su mayoría protagonistas de la masacre de la carretera Málaga-Almería, la «Desbandá». Miles de civiles, mayores y niños incluidos, fueron atacados por cielo, mar y tierra por las diferentes unidades sublevadas y sus aliados italianos y alemanes. El trágico episodio se saldó con la muerte de entre 3.000 y 5.000 personas, a los que había que sumar cientos de desaparecidos y heridos. Para muchos fue una traumática experiencia que empezó meses atrás en la huía de sus hogares en septiembre de 1936.

La Huía de Setenil tiene nombre propio: el alcalde, Manuel Gámez Benítez, José Ramos, Jose Medina, Pedro Andrades Anaya y sus hijos José y Juan, Rafael Durán Ruiz, los hermanos Antonio y Juan Aguilera Beltrán, Enrique Anaya Linares, Juan Corbacho Bastida, José Dominguez Rosa, Antonio León Muñoz, Juan Domínguez Domínguez (Pitiqui), Juan Domínguez Moreno, Francisco Domínguez Valle, Juan Gámez Benítez, José Guzmán Arjona, Juan Lebrón Morales, o Juan Pérez Domínguez Juan Traba, el último fusilado por el franquismo el 18 de diciembre de 1944, entre otros muchos. Si conocéis otros casos, nos lo podéis hacer llegar paea reflejar todos los nombres.