
CARMEN GONZÁLEZ GUERRERO
Punta tacón, braceo, compás, golpe… Son algunas de las palabras que están presentes en mis clases de baile flamenco. Desde que comencé, hace siete años, mi objetivo ha sido muy claro: enseñar este arte, sus diferentes palos y que, a su vez, lo disfruten y lo respeten.
Para comenzar, me gustaría disculparme si en todo momento hablo en femenino. Desgraciadamente, tan solo cuento con un alumno, por lo que aprovecho para animaros a que bailéis tanto hombres como niños, el baile es universal y no diferencia de sexos.
Todo el que me conoce sabe que llevo bailando toda la vida. Empecé con Fabiola, la jerezana que vino a principios de la década de los 2000 y con la que estuvimos muchas niñas del pueblo. Después, estuve con Pilar Becerra en Ronda y con Tamara Pineda, con la que he estado casi diez años. En esa época, me adentré en los palos flamencos, el uso de elementos (como el mantón de manila o abanico) y conocí las actuaciones en público.
Ya como universitaria, en Málaga, comencé con los exámenes oficiales de flamenco, me formé con grandes artistas y tuve la oportunidad de bailar en importantes teatros como el Teatro Cervantes (Málaga). Al finalizar mis estudios, quise profundizar
académicamente en este arte, por ello, realicé el Máster en Investigación y Análisis del Flamenco en Jerez de la Frontera. Allí, cuna del flamenco, también pude conocer el baile de la calle, entre los gitanos del barrio San Miguel.
Al margen de estas formaciones, cada fin de semana venía a Setenil para dar mis clases de baile a “mis niñas” (como las llamo cariñosamente); por ellas, me até a mi pueblo. En 2015, con veinte años, comencé esta andadura y cada viernes, tuviera exámenes, fuera puente o no, cogía mi autobús y pasaba el fin de semana en mi pueblo. Empecé con cuatro alumnas y poco a poco formamos lo que somos actualmente; desde aquí agradezco a aquellas personas que en un principio confiaron en mi en aquellos
momentos.
Mi academia de baile cuenta con tres grupos, divididos por edades o niveles. Además, tenemos un grupo de sevillanas para adultos, una oportunidad que permite salir del día a día, formarnos en nuestra cultura y echar un rato de risas.
Respecto a mis niñas, empezando por las más pequeñas, comienzan a escuchar las primeras canciones flamencas de manera general. Floreos (movimiento de muñecas), meneo de falda y cadera (el “culito” como suelo decir) o los pequeños pasos con los pies son los primeros movimientos. Mientras bailan, además de que se mantienen activas, trabajan la coordinación, se relacionan entre compañeras y trabajan el miedo escénico. Sin olvidar sus caras de felicidad.
Cuando van creciendo, se van adentrando en los palos flamencos: Tanguillos de Cádiz, Fandangos, Tangos, Alegrías o en el folklore andaluz, las Sevillanas. Separan las partes de su cuerpo, trabajan la disciplina y el compañerismo y comienzan con los elementos, como el abanico. Los palos más jondos, como las seguiriyas, guajiras, bulerías o caña, los trabajamos en las clases más avanzadas, donde ya está presente el sentimiento y el dejarse llevar por la guitarra. El flamenco tiene un valor incalculable y es una herramienta que sirve para conectar con nosotros mismos y evadirnos de la realidad, y es en estas clases donde está presente.
Año a año ves cómo tus alumnas van creciendo y evolucionando y eso es lo que mantiene mi ilusión. Cuando las ves subidas al escenario disfrutando y demostrando lo que saben, te das cuenta de que se lo has enseñado tú: el sentimiento es indescriptible. Les enseño a bailar, a conocer, cuidar y respetar el flamenco, pero aprendo mucho más de ellas. El flamenco es mi forma de vida, mi forma de sentir y miseña de identidad. Cuando bailo todo se olvida y sin él, no sería lo que soy. Y por supuesto, mi flamenco son ellas, mis niñas.







