
El Bañuelo es mi lugar favorito porque me transporta a mi niñez. Allí nos reuníamos y jugábamos mucha chiquilleria de todo el barrio, con nuestras travesuras y ocurrencias. A pesar de que la zona estaba salvaje, tenía su encanto. Saltábamos de ribera a ribera del río sobre las pasaeras de piedra y si nos daba sed ahí estaba el agua fresca que salía del caño. Recorríamos todo el río metidos en agua y fango y nos divertíamos tirando piedras. Las consecuencias venían después cuando llegabas a la casa y caía la regañeta. Buenos tiempos.
ELI DOMÍNGUEZ
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Las fuentes de Setenil eran lugar de encuentro y comentario. De ahí la expresión «llenar el cantarito». Entre las más populares hace unos años, antes de que fueran pasto del olvido, la del Bañuelo y Los Caños. Allí iban las mujeres, principalmente, o los más jóvenes a abastecer de agua potable y fresca a la familia. En esos años todavía no tenían todas las casas agua corriente y, cuando llegó, eran frecuentes los cortes de suministro. Abajo vemos la calle Mina, donde una mujer que no he podido identificar se dirigía con su cántaro al Bañuelo. Esta lámina es de finales de los años ’70 del siglo XX, aunque hasta muchos años después permaneció la costumbre de ir a estos manantiales, convertidos en lugares de escapadas adolescentes para disfrutar del río y disfrutar de pequeñas aventuras en la cueva de debajo de Las Cabrerizas. En ese mismo lugar de la foto está situada en la actualidad la excelente casa-cueva «El Arrabal», propiedad de la autora. PEDRO ANDRADES






