
Calle Jabonería
Flor encarnada que se deshace ante los pies del caminante,
yendo a morir al abrigo de las Cabrerizas,
donde comparten secretos y besos, al arrullo perenne del Bañuelo.
Si la edad nos acorta la vista, pero nos alarga la mirada, como dice el poema,
es la mirada la que se nos empaña cargada de emociones
cuando estamos en esta hermana pequeña, bella y serena de Setenil.
Cesaron ya la sinfonía de niños corriendo su “pecho”,
en una febril carrera por reencontrarse con el verano.
Deslizándose en la memoria las voces vibrantes de nuestras abuelas,
cómo saber explicar el olor a sus pucheros
y a hierbabuena fresca que conserva la memoria.
Mi Jabonería, las de las noches mirando a la cúpula de piedra y estrellas
que recorta la magna silueta de la iglesia.
Nuestra Jabonería, la del amor y hogar en un abrazo.
Y seguirá su tajo del añil de los recuerdos manchado,
siendo el callado centinela de los sueños de nuestra niñez.
Para Anita, Juana, Paca, María, Dolores… Para todas las abuelas… Pero, sobre todo, para mi María.
YANIRE DOMÍNGUEZ ANDRADES
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