José Domínguez, el poeta de Setenil que no pudo aprender a leer

PEDRO ANDRADES

Imagina Setenil se suma al homenaje de Voluntarios Setenil a José Domínguez con la recuperación de este vídeo, el único que conozco en el que se le puede escuchar recitando uno de sus poemas y a su manera. Fue en el programa «Tal como somos», emitido en Canal Sur Televisión en 1991 y que puedes ver en este enlace. Hay un detalle en ese vídeo que retrata su personalidad. José Domínguez sale de su asiento y rompe el guion del programa ante la atónita mirada del presentador: «¿Por qué se levanta?», le pregunta Andrés Caparrós. «Para estar a su altura», le responde nuestro querido paisano.

Ese es José Domínguez, un hombre que se rebeló contra el clasismo de la época que le tocó vivir, unos años duros que le condenaron al analfabetismo por su origen humilde. «…Con once años ya trabajaba / fue la tierra mi colegio». Contra esta injusticia luchó toda su vida con una pasión admirable. No tuvo la fortuna de aprender a leer pero era catedrático en historias, romances antiguos o refranes. Pasé muchas tardes de conversación con él en la terraza de Las Flores y admirando el ingenio y el desparpajo con el que componía estrofas con una temática común: su devoción por Setenil, su huerto, la paz que tanto le inspiraba tras sufrir la terrible Guerra Civil, y su incombustible anhelo de justicia social.

En los años 90 del pasado siglo, se publicó un librito con algunos de sus poemas cuyo título resume bien al autor: «El poeta que no pudo aprender a leer». Para rematar esta introducción al perfil que nos escribe su sobrino Sebastián Bermúdez, os dejo uno de sus versos con el que valorar su mérito poético. Aunque hay algunas composiciones entrañables como la que dedica a la historia del río o a la pérdida de su bebé en La Desbandá, elijo el que dedica a su huerto y que tituló «La ilusión». Su valor simbólico me conmueve porque, como dice en otro de sus versos, «le he dado vida a la piedra».

Con este ejemplo, Voluntarios Setenil convoca el concurso de cuentos que lleva su nombre y que cuenta con el importantísimo apoyo del Centro Andaluz de las Letras, lo que otorga un prestigio al certamen sin precedentes en las iniciativas locales. Aquí podéis consultar las bases.

 

 

Mi tío José Domínguez era un hombre dicharachero y agradable, de trato afable, cariñoso, siempre locuaz ante cualquier noticia para sacar su refrán o rima con la que darle su particular difusión. Tras ese carácter de hombre bonachón se esconden años de sufrimiento y dureza, de amor a la familia y de lucha en el frente republicano. Primero, se dedicó al campo, como casi todos en aquella época. «Era lo que había», dice mi tía María. «Recogía las aceitunas cuando llegaba la campaña, segaba los campos, a mano, no como ahora que están las máquinas que lo hacen todo».

Su profesión más conocida fue “la limpia”, podar las encinas, y a cambio de su trabajo se quedaba con lo limpiado para hacer haces de leña que luego vendía a la madre de Bartolo Villalón para el horno de leña. Esos fajos los transportaba en carrillo, a hombros o en mulo hasta el mismo puente, para desde esa altura dejarlos caer abajo donde los recogían y guardaban para el horno. De ese trabajo y algunos jornales más sacaba el sustento.

Cuando llegó la guerra tuvo que huir, temiendo las represalias que se oían y el hambre, que ya era bastante y tras la guerra sería más. Tomaron como camino (eran cuatro los que iban) hasta El Burgo, y de ahí a Málaga y luego para Almería, donde no terminó todo. Mi tía Frasquita, embarazada, se enfrento al problema de la hinchazón de pies que produce el estado de buena esperanza y el sufrimiento de tener que andar los montes de día y los caminos de noche, ni siquiera ese hándicap puede con la voluntad de quien se ve obligado a continuar pase lo que pase: un carrillo de mano encontrado en la carretera sirvió para el traslado de mi tía hasta Almería. En medio de toda aquella vorágine violenta y asesina sobre aquellos que huían, como ellos, sufriendo el ametrallamiento de los aviones y el bombardeo de los barcos, ellos cuatro, con José Domínguez empujando en todo momento, consiguieron llegar al final del camino.

Después, mientras mi tía y los otros se fueron a Cataluña, concretamente al pueblo de Puigcerdá, en Gerona, él se quedó en el frente de Granada con los republicanos. Ahí lucho hasta que terminó la guerra, tres años. Luego volvieron a reunirse en Setenil donde fue apresado, juzgado y enviado a una prisión de la zona de Cádiz entre doce y dieciocho meses.

En la estadía de mi tía en Puigcerdá nació una niña que murió tres meses después, seguramente por causa del hambre, como tantos niños en aquellos años.

José Domínguez aprendió a leer por insistencia, la que mostraba cuando cogía un libro o uno de esos primeros periódicos y remarcaba las letras con pausada calma hasta encontrar el sentido de su significado. Aprendió a escribir con dificultad y tratando siempre de mejorar su ortografía con la ayuda de mi prima, que le corregía y enseñaba a la vez.

Personaje simpático que caminaba portando como pocos su mascota y ofreciendo una sonrisa como presentación, buena persona, cariñoso con los niños y las niñas a quienes siempre le preguntaba de quienes eran, alentándolos a estudiar y a ir a la escuela. Escribió un libro con sus poesías, poemas y rimas, que relataban vivencias propias y situaciones locales, y también otro, desconocido, que era una especie de refranero particular que en algún momento prestó a alguien y se perdió para siempre, una pena para todos ellos pues a veces, lo poco que dejamos son las letras, y estás perduran reviviendo a quien las escribió o le dio vida.

Murió en el año de 1999, por finales de octubre, quedándose con las ganas de ver el Euro en circulación. Siempre mostró curiosidad por como sería ese cambio de moneda y el efecto que conllevaría.

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