PEDRO ANDRADES
Ha cortado jamón para personajes como Antonio Banderas o la baronesa Carmen Thyssen en la conocida bodega malagueña “El Pimpi”, cenáculo de empresarios, escritores, artistas y políticos. Este mes de febrero sirvió en el catering para el Rey Felipe VI y Letizia en la entrega de las Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes de Málaga, como ha hecho lo propio para inauguraciones ni más ni menos que en el Museo Pompidou o el Museo Ruso de Málaga, y en el «Trocadero» que frecuentaba la jet de la Marbella dorada. Hablo de Juanfran Anaya Pérez, que ha realizado una apuesta empresarial para convertir «La Dehesa de Setenil» en una referencia de calidad de nuestra hostelería y contribuir a la mejora de la oferta turística de nuestro pueblo. Además de pasear el nombre de Setenil por concursos nacionales en los que compite con los mejores «cuchillos» de España, el hijo de Juani y Cati ha recuperado un espacio histórico: el Bar El Puente, un establecimiento que forma parte de nuestra memoria desde su apertura hace casi 70 años.

Este local era una tienda en los años ’30. Antonio García Jurado lo convirtió en bar, que traspasó a mediados de los años ’50 a Antonio Marín, el padre de Manolo, quien también llevaba en aquella época la cantina del cine. «El Bar el Puente fue una referencia durante décadas», nos cuenta Rafael Vargas, sobrino de Manolo Marín y Filo Villalón y actual alcalde de Setenil. «Sus tapas de callos, carne en salsa o lengua fueron famosas, pero lo mejor era sin duda su profesionalidad y bonhomía». Esa esquina con dos puertas a la calle Ronda y ventanas al animado río de antaño, era mostrador obligado en el itinerario de las Cuevas hacia el Bar Calvente, el Bar Zamudio o La Tasca, ya en los años 80. En aquella solo existían en el río este centenario puente (transformado tras la canalización del Guadalporcún), el de Triana (del siglo XVI) y el de Zamudio. «Había algunos clientes célebres, como el simpar Bartolo el de Mena, Antonio Sánchez el Retratista o Antonio Jurado», recuerda Vargas, que ha relatado en su blog algunas simpáticas anécdotas y dichos de Antonio Jurado que se popularizaron en el pueblo, como aquella historia de los gorriones que se comían las brevas de su higuera: untó pegamento a las ramas y al levantar el vuelo arrancaron el árbol de cuajo dejando un enorme hoyo… «Y si no lo creen, suban ustedes al campo y verán el agujero».
De las primeras tapas de cazón en amarillo que ponía hace siete décadas Catalina Ponce, la madre de Manolo, se ha pasado a la degustación de los ibéricos de la mejor calidad en esta abacería remozada con mucho gusto, que aspira a ser «un museo» del cerdo. Donde antes se escuchaba de manera clandestina Radio Pirenaica (Antonio Marín sufrió siete años de cárcel en la dictadura), ahora lucen unas botas de vino y un hermoso salón con vistas al Guadalporcún en el que proyectan catas y cursos gastronómicos. «La idea es hacer un pequeño museo explicativo de todo este mundo que nos dan los productos Ibéricos, quesos y los vinos de nuestra tierra», dice Juanfran Anaya, que se muestra muy ilusionado con esta afortunada apuesta, que enriquece de manera cualificada la hostelería setenileña..






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