
PEDRO ANDRADES
«Setenil de las cuevas, donde el cielo es de roca». En esta afortunada descripción del escritor Gerardo Diego se resume el «hecho diferencial» de Setenil, ese rasgo que nos distingue de cualquier otro sitio de España y nos da una personalidad única que no se cansan de admirar una y otra vez en las publicaciones de viajes: los tajos y las calles-cueva que labró en sus laderas el río Guadalporcún, el gran arquitecto de Setenil. En el ‘Civitates Orbis Terrarum’ (un monumental catálogo de mapas y grabados publicado en Colonia en 1581 que recoge los sitios más destacados del mundo) ya se describe esta excepcionalidad de la geografía de Setenil y sus “muchas moradas subterráneas, abiertas en la roca viva”.
También el conocido antropólogo Julio Caro Baroja ha subrayado esta particularidad tosquiza a lo largo de la Historia: «Ya en el Renacimiento chocaban a los curiosos algunos pueblos andaluces no muy grandes, por su extraña silueta y disposición. (…) Hoy día las condiciones de vida e incluso la disposición general de Setenil han variado poco: la gente sigue viviendo en cuevas». Desde tiempos lejanos que algunos datan en el Neolítico hasta hoy, nuestro pueblo protagoniza un caso único de vida doméstica en las entrañas de la tierra.
El catedrático Juan Manuel Suárez Japón lo ha definido como trogloditismo urbanizado por la «prodigiosa» adaptación a la garganta fluvial y su «original» integración en el casco urbano conformando calles enteras como Las Cuevas del Sol, Calcetas, Mina, La Herrería o Las Calañas, a diferencia de lo que ocurre con las cuevas diseminadas de Granada o Almería. En «Setenil, un caso marginal en el hábitat troglodita» (una publicación que puedes descargar en pdf en este artículo), Suárez Japón ha catalogado las distintas modalidades locales de este tipo de construcción, cuyo perfil más característico es el denominado viviendas al «abrigo de la roca», es decir, una cavidad natural que se cierra con una fachada frontal, con sucesivas variaciones prácticas para buscar la luz o dar salida al humo de la cocina. También son muy frecuentes y características las denominadas «adosadas»: «Sólo una de sus crujías, la delantera, se construye al aire y el resto de la vivienda ocupa el espacio bajo las rocas”. O, lo más sorprendente, calles enteras de «viviendas enterradas (…) embutidas bajo unas lomas donde se asientan viejos olivares y cultivos herbáceos de secano, componiendo la insólita imagen de las casas no junto sino bajo los campos”, con Las Cabrerizas como mejor símbolo. Como diría de manera gráfica el Premio Cervantes con el que comenzamos el artículo: «Setenil entre mil, delirio de albañil».


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