
PEDRO ANDRADES
Con mi gratitud a MANUEL BENÍTEZ MARÍN,
hijo de los setenileños emigrados Antonio Benítez y Luisa Marín
«Los días claros veíamos desde Ronda la Vieja los fuegos artificiales de la Expo de Sevilla». Eso me comentaba un día Juan Villalón con su proverbial expresividad. ¿Exageración? Que se lo digan a los romanos, que levantaron sobre esta privilegiada mesa una ciudad tan importante en Hispania que hasta acuñaba moneda propia: unos preciosos acinipos marcados con espigas y racimos de uvas, que ya mostraban el atractivo agrícola de estas fértiles tierras. De esa época de esplendor conserva Ronda la Vieja su excepcional teatro, testigo del auge y decadencia de esta misteriosa ciudad, que entró en declive hacia el siglo IV d.C. De esa misma diáspora nació probablemente el asentamiento de agricultores que dio origen a Setenil. Fueron siete siglos de historia que ahora aparecen amontonados en majanos de piedras evocadoras que le dan ese aspecto tan singular a Acinipo, y que son fruto del esfuerzo y la necesidad de tierra de unos campesinos que hicieron famosos los cereales y los garbanzos de Ronda la Vieja. Hasta 1967 indican los manuales oficiales que se mantuvo el laboreo, aunque no es así. Ese año el Estado declaró los terrenos de utilidad pública y adquirió la «mesa», que ha pasado años en un lamentable estado de abandono y ruina, sólo interrumpido por cortas campañas de investigación arqueológica.
De poco antes, del verano de 1964, datan estas hermosas fotografías que nos ha cedido Manuel Benítez Marín, hijo de los setenileños emigrados Antonio Benítez (de la Calle Sin Salida) y Luisa Marín (de los Bayuscos de la Laera), y tío de José María del «Mirabueno» y Manolo Benítez Ortiz. Este último, nacido y criado ahí, me aporta algunos datos concretos de los últimos agricultores de Acinipo. «Se trabajó el campo hasta 1987», asegura. En 1950, el Instituto Nacional de Colonización había parcelado entre cuatro propietarios las 558 hectáreas de los cortijos adquiridos en Ronda la Vieja, Pilas y Bujambra. El recinto de Acinipo le correspondió a Juan Ayala Román (13 hectáreas a un precio de 28.163,67 pesetas, a pagar en 25 años). En 1979 el Ministerio de Cultura le compró esta propiedad y lo dejó de vigilante. «Lo cuidó como nadie», recuerda Benítez. «Lo conocíamos como Juan el de la Mesa. Era el mejor capaó de cochinos y matarife de la época. Yo guardé cerdos con él y me pagaba 10 reales de las antiguas pesetas. Me ponía para almorzar olla de garbanzos y leche migá con pan de postre, con un ración de café molido. Cuando estaba el tiempo malo me decía que bajara los animales al anfiteatro, pues evitaba las corrientes de frío que allí eran bajo cero en invierno». Todavía hoy pueden verse ovejas en el recinto del «castillo», vallado dede 1991 por la Junta de Andalucía, actual propietaria de este excepcional yacimiento, una de las joyas arqueológicas y monumentales de España, que fue la cuna de Setenil.






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