PEDRO ANDRADES
Con mi agradecimiento a Manuel del Valle, que nos
facilitó fotos inéditas y postales de su archivo familiar
Este es un paseo en imágenes por el Setenil de la primera mitad del siglo XX, el pueblo de nuestros abuelos, que nos muestra lo que ha cambiado la fisonomía local en menos de una centuria. Estamos acostumbrados a evocar las postales clásicas de la Plaza o las antiguas Cuevas que sorprendieron a intelectuales como Pedro Romero de Torres (hermano del famoso pintor) o a míticos fotógrafos como Nicolás Muller y José Ortiz Echagüe. En esta ocasión pondremos también el foco en otras localizaciones menos habituales, en el río (la principal calle del pueblo durante siglos) y en detalles que nos dan pistas de la transformación urbanística de Setenil, que iremos incorporando sucesivamente.
1. LA VILLA Y EL CARMEN



Pudiera parecer que la Villa y la fortaleza de Setenil han cambiado más en las últimas cuatro décadas que en los cinco siglos transcurridos desde la conquista de los Reyes Católicos (septiembre de 1.484). La mutación más llamativa es la reconstrucción en el último lustro del Torreón y la Iglesia de la Encarnación. Ambos estaban amenazados de ruina. La Torre del Homenaje apenas sufrió más alteración en estos siglos que la erosión natural del abandono. Su imagen recogida en 1.564 en el “Civitates Orbis Terrarum« ya muestra las heridas del bombardeo al que fue sometido Setenil durante el asedio de los Reyes Católicos. Esa imagen, básicamente, perduró hasta su reciente restauración, en la que se ha sacrificado el aljibe para recuperar el protagonismo de la entrada (con una cuestionada escalera de hierro) y se ha reconstruido la estructura interior y la cubierta. Hoy en día es un edificio nuevo, imponente y hermoso, con un mirador privilegiado al pueblo en lo que antes era una cárcel, refugio de cernícalos y lugar habitual de los juegos de los críos. Su destino, sin esta restauración, no hubiera sido muy distinto al de la polémica Torre de Matrera, en Villamartín.
También se ha transformado la Iglesia, muy afectada por las humedades y por su deficiente construcción original: en realidad, se trata de un pequeño templo mudéjar al que los Reyes Católicos «enchufaron» otra iglesia mayor a imagen y semejanza del Espíritu Santo de Ronda. Menos comentada ha sido la urbanización de finales de los años ’60 en el entorno de la plaza de la Villa, una de las tropelías más graves que ha sufrido Setenil, con el cegado de Los Cortinales (el antiguo Setenil) y el derribo del Seminario que se ubicó (1702) en el edificio mudéjar del Hospital de la Reina Santa Catalina, construido por los Reyes Católicos junto a la iglesia. La destrucción de este Seminario (semejante en valor a la ermita de San Sebastián o al antiguo Ayuntamiento) para construir los pisos de la Villa es el emblema, junto al colegio del Carmen, del mayor atropello urbanístico cometido en Setenil. En la fotografía de arriba de Juan Marín Ortega se observa la hermosura de esta plaza a mediados de siglo, antes de la malentendida modernización de este espacio. Llama la atención también el espacio diáfano de Los Cortinales, que fueron abandonados por la epidemia de peste del siglo XVII y el hambre ocasionada por los tributos militares. No se ocupó con viviendas hasta bien entrado el siglo XX, aunque conservó su uso agrícola.
En esa primera imagen de los años ’20, que hoy no se puede repetir porque el Colegio del Carmen avasalla el lugar, se aprecia además la sencillez de la ermita (también ha sido restaurada y adornada con cenefas) y el diálogo tan natural que mantiene este punto neurálgico de Setenil con la antigua fortaleza. Para más información sobre la plaza de El Carmen, podéis consultar aquí: «Un atropello urbanístico que afea Setenil«. Y para ampliar datos sobre Los Cortinales podéis pinchar en «El antiguo Setenil: dos fotos reveladoras» y «Aquí nació Setenil: Un paseo por la muralla y la mina restauradas».


2. JABONERÍAS Y MINA
El cañón que forma el río Guadalporcún en Las Jabonerías, Las Cabrerizas y la calle Mina es sin duda uno de los lugares más impactantes de Setenil, un meandro fascinante y casi oculto que contó con pobladores al abrigo de la roca desde hace siglos, en ese río habitado que marca la singularidad de nuestro pueblo. Es enternecedor el posado ante las cámaras de nuestros humildes antepasados en el lecho del rebelde Guadalporcún, con sus rostros borrados por el paso del tiempo. Esas casas ribereñas continuaban por la calle Mina, allí donde hoy solo hay corrales, en el estrecho camino que llevaba hasta Las Calcetas y la fuente del Bañuelo, en la que las mujeres lavaban la ropa y llenaban el cántaro en tiempos (no tan remotos) sin agua corriente en las casas. En ese camino era visible el pozo que ahora se ha recuperado con la restauración de la muralla, donde llegaban los ecos de un pasadizo escondido (la coracha-mina) que ocultaba un tesoro. ¿Quién del pueblo no ha escuchado estas historias? Desde principios del siglo XX permanecía cegado, aunque había referencias de la Mina hasta en las revistas de Feria. Esta zona, que era la puerta natural de entrada a la fortaleza medieval, es quizá la que más expectativas despierta en estos momentos, una vez que se supere su accidentada urbanización. Los burros de la antigua imagen han sido sustituidos por (demasiados) coches, el río se ha canalizado, y las viviendas han ganado confort en un camino muy transitado por los turistas, que han encontrado en su puente un lugar de referencia para la foto de recuerdo.
3. EL PUENTE ZAMUDIO

Esta imagen desconocida de lo que llamamos el «Puente de Zamudio» también nos la ha cedido Manuel del Valle, el exalcalde de Sevilla, a quien debemos la propuesta de esta comparativa de ayer y hoy. Es evidente que antes no existía tal viaducto, que se construyó en el año 1947. Como mucho habría una pasarela de piedras. En esta preciosa fotografía llama poderosamente la atención la casa a medio encalar del actual Bar Zamudio (el encalijo nace en pueblos como el nuestro para alejar el riesgo de enfermedades), la espesura de chumberas en los tajos, la bajada directa al Guadalporcún en la entrada de la calle que antes se llamó Sagasta y la minúscula figura de esa mujer (¿quién será?) que a buen seguro está esperando que seque la ropa tendida en las piedras del río. Abajo a la izquierda asoman las casas humildes del Corro, en el camino que unía esta vía con las impresionantes Cuevas Román, una ruta sin parangón hacia ese deslumbrante desfiladero cegado, que pide a gritos que algún día el pueblo las recupere.
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