
El Ministerio de Fomento ha incluído la línea Ronda-Algeciras en su plan de reajustes ferroviarios. Setenil se puede quedar sin el único tren que circula cada día por una estación centenaria, con más historia que presente. La que en otros tiempos difíciles fuera la despensa de la comarca es ahora un lugar casi abandonado que merece un mejor destino y otros usos alternativos que eviten su desaparición. Allí iba mi padre, con nueve años, por pescado. En un mulo. Allí conoció a la familia de Paco Perujo Serrano, natural de la Cueva del Becerro, nieto de Paco el Capataz y de Dolores, que en este artículo de lujo nos recuerda ese mundo de «contrabando de sueños para sortear el hambre» y «la importancia de lugares que unen pueblos ahora que estamos enfrascados en dividirlos». PEDRO ANDRADES

Estación de encuentros
Por Paco PERUJO SERRANO
Nieto de Paco el Capataz y de Dolores
Prensa de la Universidad de Cádiz
Hay lugares de paso, y lugares para el encuentro. Existen estaciones que son un punto de más en el camino y otras que se ubican en la encrucijada. Ese espacio donde se entrelazan las experiencias, que va más allá de lo físico, que trasciende la rectitud de las coordenadas y teje historias con la argamasa de las emociones, hiladas por un tiempo que, muchas veces, ya no es de este tiempo.
Pongamos que hablamos de la Estación de Setenil, situada en la frontera entre dos provincias, en el límite de lo que fue y lo que ya no es. Cuando Javier de Burgos trazó la división de España siguiendo el molde racional de las prefecturas napoleónicas, se elevó sobre la pesadez de la organización en reinos pero, sobre todo, perfiló un mapa donde las líneas políticas no siempre coincidieron con los movimientos y emplazamientos naturales de la población. Son las gentes, con sus vivencias y emociones, quiénes llenan los huecos de los encasillados, quiénes perfilan coincidencias donde la burocracia dibuja líneas de separación.
La vieja Estación de Setenil se ha convertido en una estación vieja sin apenas vida, ni gentes, ni pasajeros, ni trenes. Víctima fácil de una reforma ferroviaria que busca en la coartada de los números el fin de apeaderos que unen provincias y pueblos, fieles resquicios de un pasado mejor en un presente atormentado. El tren que fue el símbolo de la cultura del progreso en la edad de oro de la revolución industrial, hoy es solo un atisbo deformado de un ayer con fecha de caducidad en la volátil memoria colectiva.
En los años de la posguerra, de la censura y del estraperlo, con un país dividido entre vencedores y vencidos, pero sobre todo azotado por el hambre, la miseria y la persecución política, la Estación de Setenil cinceló una curiosa paradoja. En aquéllas duras y menesterosas décadas de los cuarenta y cincuenta, la prosperidad se asomaba a Setenil y a Cuevas del Becerro sobre raíles, a bordo de unos trenes que exhalaban el humo de la modernidad al aire limpio de un monte milenario. Fue un pequeño pueblo entre dos pueblos. Una pedanía sin regidor. La despensa para los cientos de habitantes de la comarca que peregrinaban hasta una estación donde las mercancías se citaban con las personas y donde vivir se convertía en una dificultad añadida.
El progreso y el sustento, a lomos de un animal de metal, con su reguero de vagones. Asimilaba en su aspecto las infinitas recuas que los arrieros conducían entre la estación y los pueblos cercanos, cargados de víveres, con el paso tardo y cansado de las mulas, en un tiempo marcado por la pesadumbre, pero sin el secuestro permanente de las celeridades que hoy asfixian nuestra existencia, hasta el punto de no poder siquiera pensar.
Mirar hacia atrás es revivir con el recuerdo. Los muros caídos de la Estación evidencian un esplendor en mitad de la decadencia, en un lugar que dividía el camino. Son los lugares que separan los que acaban uniéndonos. La historia del último siglo de Cuevas del Becerro y Setenil tiene episodios completos en esta estación de tren, construida entre un mar de encinas, en mitad del monte, en donde los trenes llevaban el sur hacia el norte y traían el norte hasta el sur. Más cerca de Algeciras que de Port Bou, pero hilvanando con hilo de hierro una piel de toro encallecida por la adversidad.
¡Cuántas historias, cuántos anhelos y desengaños! Contrabando de sueños para sortear el hambre. La inteligencia ibérica de mil lazarillos de Tormes para vencer la severidad del destino. El guardia civil bueno haciendo la vista gorda y el que no supo soltar el lastre de la academia y ansiaba progresar en el cuerpo haciendo la vida aún más difícil. Misa dominical en Alberquilla; trazos de caligrafía heterodoxa en los cuadernillos Rubio cuando la escuela era una excepción; paseo sendero abajo hasta Setenil en los días de fiesta con parada en las chumberas de Conejito y en la sombra de las encinas centenarias de Las Calantas; sonido de acordeón las noches de verbena junto a la vía; conversación de hombres en la cantina mientras las mujeres bordaban sobre el bastidor la esperanza de un futuro menos hiriente.
Hombres como Paco el Capataz, hechos de una pieza, de voz recia y palabra justa, aguantando el pulso y la mirada con la potestad de una firma ante notario y divisando el brillo de cada amanecer camino del tajo para alimentar a una familia con cinco criaturas, ávidas de ilusiones en el estrecho margen de una Estación que veía pasar el mundo sobre vagones de ida y vuelta. Mujeres como Dolores, devotas de Fray Leopoldo y de la crianza de sus hijos, entre costuras y entre silencios, forjadoras de un hogar construido con lo mínimo, arquitectas de lo imposible, capaces de elevar el real a peseta y de inculcar unos valores hoy desaparecidos en la espesura de las modas.
Estación de Setenil (y de La Cueva). La vida entre la autarquía y la dictadura, entre la falta de oportunidades y la necesidad de soñar, entre la precariedad y la ilusión, entre Setenil y Cuevas del Becerro. Pero la vida, al fin y al cabo. Hoy truncada en espejismo, secuestrada en la memoria frágil, rescatada en fotos y palabras intermitentes que evidencian, desde la nostalgia, la importancia de lugares que unen pueblos ahora que estamos enfrascados en dividirlos.


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Ojalá y no desaparezca.
¡Gracias!
Eso si que es sangrante, de los 6 trenes de media distancia que pasan solo paran 2 y es posible que lo supriman en un futuro no muy lejano, no hemos hecho nada por remediarlo.