PEDRO ANDRADES
El Silencio es una de las procesiones más antiguas de Andalucía. Sus orígenes se remontan a 1551, en el inicio de la Hermandad de la Vera-Cruz. Pocas fotografías reflejan mejor que la tomada por Mario García Vargas el estrépito en la madrugada del jueves al viernes de las penitencias sobre un Setenil a oscuras y la única iluminación (ya no es exactamente así) de la luna de primavera sobre las paredes blancas (tampoco es ya exactamente así).
Esta procesión es una celebración alternativa, con el sabor añejo de la antigüedad, la más espiritual, y un claro contraste con el tono de rivalidad de Blancos y Negros alimentado a mitad del siglo pasado por la propia Iglesia, según relata José Antonio Zamudio Rodríguez en su libro «Semana Santa en Setenil» (autoedición casi inencontrable). Aunque la organizan Los Blancos, participan por igual los hermanos de ambas hermandades.
Cuando casi retumban en los oídos los tambores que acompañan hasta la medianoche la procesión del Amarrado a la Columna, las penitencias se van acercando hasta la ermita de San Sebastián (que data de los años del asedio cristiano y que ahora está en fase de restauración) y se produce la transfiguración de un pueblo tomado por la bulla.
El Miércoles Santo se traslada desde la Iglesia de la Encarnación a San Sebastián al Cristo de la Vera-Cruz, una excelente talla del siglo XVI, envuelto en un sudario con crespones negros. Convertido en el Cristo del Silencio regresa El estandarte abrirá paso al desfile procesional, detrás de las penitencias, muchas de ellas descalzas, en un profundo silencio que se romperá con el rezo del rosario o con el eco del canto en latín del miserere y los versos de Vexilla Regis, compuesto en el siglo VI por el obispo de Poitiers Venancio Fortunato y ligado, para la historia de Setenil, a la voz profunda y sincera de Rafael Corral , un hombre que merece el mayor reconocimiento de su pueblo.
Tras ellas, entre cuatro antorchas, el Cristo de la Vera-Cruz, el Cristo el Silencio, acompañado de los fieles, en un recorrido que Zamudio Rodríguez describe así: «Descenderá el desfile por el Peñón de los Enamorados. Desde allí, contemplar Setenil a la luz de la luna llena de primavera, que hace palidecer su característica blancura, constituye un gozo indescriptible, con Setenil a oscuras. Desde el tajo del Lizón, la procesión del silencio es un haz de luz en la noche que desciende desde el horizonte hasta la obra del hombre, emergiendo de sus calles a su paso un resplandor que se apaga con las alturas”.
La llegada a la Iglesia de la Villa sobre las 3:30 horas es de tal emotividad y sacrificio que ni debe ser contada, sino vivida por cualquier persona con sensibilidad, sea o no creyente.
El Silencio nos recuerda otras manifestaciones de «reciente» desaparición. Hubo un acto religioso en Setenil con el nombre de Tinieblas, en el que los sacerdotes alentaban el miedo dentro de la Iglesia con la imitación de sonidos de ultratumba. La procesión nocturna por las calles de Setenil provoca un temblor de hermosura muy distinto, como podemos ver en esta segunda entrega de las fotografías de Mario García Vargas.





muy buenas fotos mario plasma en ellas un buen trasfondo de detalles
Esto es imp`resionante; si el año que viene estoy vivo, espero poder ir a presenciar in situ esta maravilla. Tambien felicitar al autor del reportaje fotográfico. Cosas como estas hacen que sigan vivas las tradiciones de nuestra Andalucía y por extensión de nuestra España.
La Semana Santa de Setenil de las Bodegas es fantástica, se renueva la fe y cuando
se escuchan los tambores y las trompetas todas las gentes salen a la calle ¡pero qué maravilla!.